No hay una familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas mutuas. Nos decepcionamos mutuamente. Por lo tanto, no hay matrimonio saludable o familia sana sin el ejercicio del perdón.

El perdón es vital para nuestra salud emocional y supervivencia espiritual. Sin perdón, la familia se convierte en una arena de conflicto y una fortaleza de dolor. Sin perdón, la familia se enferma.

El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón. Quien no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios.

El dolor es veneno que intoxica y mata. Mantener la angustia en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. Aquellos que no perdonan están física, emocional y espiritualmente enfermos.

Por eso la familia debe ser un lugar de vida, no de muerte; Territorio de curación y no de enfermedad; Etapa de perdón y no de culpa.

El perdón trae alegría donde el dolor ha producido tristeza; Sanación, donde el dolor ha causado enfermedad.

Una familia es un lugar de apoyo y no de chismes y calumnias unos de otros. Avergüenza a los que siembran el mal acerca de los demás. Somos familia y no enemigos. Cuando alguien está pasando por un desafío, todo lo que necesita es apoyo.

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